UNA NOTA DE 2009


Me gusta ser un testigo fantasmal”

La colección de fascículos arrancará con Croniquitas, donde Miguel Rep expone su finísimo sistema de observación. Luego habrá lugar para inéditos, rarezas y clásicos. Y volverán sus personajes entrañables.

Por Facundo García
Miguel Rep tiene una mirada difícil de olvidar. No es que sus ojos carguen nada extraordinario, sino que la potencia de su forma de ver termina de entenderse cuando llega al papel. Ahí se vuelve tan atrapante como inclasificable. Rep Firma d’autore –la colección de diez fascículos que Página/12 comenzará a publicar a partir de mañana– es un excelente muestrario de esa riqueza. Y como toda ponchada de buen arte, se convierte en una invitación para que el lector también se anime a desarmar las rutinas que mantiene frente a lo que lee, lo que siente y lo que piensa.
“Seleccioné un repertorio absolutamente ecléctico, con mis elementos más extraños”, advierte el humorista. La serie arrancará con Croniquitas, que son eso, crónicas: ante situaciones como un encuentro con Fidel Castro, un recital de La Mona Jiménez o la visita de Bob Dylan, Rep ha ido construyendo un inventario de anécdotas donde las minucias que usualmente se le escapan a la prensa son recuperadas y demuestran tener un valor fundamental. “Yo no tuve formación periodística –aclara él–, y con eso gané y perdí. En consecuencia, al contrario de lo que pasa con los noteros, me conformo con ser un testigo fantasmal y aprovechar mi sistema de observación. Me gusta eso.” Si de pronto entra en una sala Fidel Castro, por ejemplo, Rep es capaz de retener menos de su discurso que del movimiento de sus orejas mientras habla. “Me gusta jugar a ser el dibujante que escribe o el escritor que dibuja”, revela.
Los resultados son imperdibles. Hace una década Rep acompañó a Fito Páez cuando éste le pidió que fuera con él a Río de Janeiro y Bogotá. Aquello quedó inmortalizado en un mosaico creativo –justamente, una “croniquita”–- cuyas imágenes y oraciones transmiten igual o más que veinte álbumes de fotos. Otra vuelta la cita fue en Córdoba, con La Mona Jiménez como anfitrión. Danzaron juntos en un rito salpicado de cuarteto que empolló a otra croniquita más. Son sólo dos ejemplos de una galería de memorias imposible de resumir en pocos párrafos.
–La gente lo conoce principalmente por su trabajo en las historietas. No obstante, aquí también se manifiesta lo que podría calificarse –un poco pomposamente– como “identidad literaria”. ¿Qué comparten y en qué se diferencian el Rep cronista y el dibujante?
–Empecé a hacer esta mezcla durante un viaje de mochilero por Europa. Tal vez lo haya hecho antes, pero me acuerdo de que en ese viaje de dos meses yo llevaba una libretita que fue el embrión, digamos. Por un lado hacía bocetos para mí; pero como no sabía otro idioma que no fuera mi limitado castellano, tenía que dibujar las cosas sobre las que quería preguntar. La pregunta “¿dónde queda la estación de tren?” se transformaba en un dibujito, y así el europeo me entendía. Me recuerdo balbuceante aunque viviendo aventuras fenomenales, como encontrarme con Hugo Pratt en Venecia y que el tipo me invitara de una a cenar. En la edición de la semana que viene van a poder ver un poco cómo fue eso. En fin: cuando volví, en el ’85, logré publicar una síntesis de esa experiencia en El Periodista. Me dieron las dos páginas centrales, donde metí texto e ilustraciones. A partir de ahí hice producciones similares varias veces. No muchas, porque es una tarea que encaro con minuciosidad y lleva tiempo. Con las palabras tenés que rescatar ciertos aspectos y con las líneas otros, logrando que se integren. No es sólo llenar espacio.
–Igual a esta altura ya debe tener claros los aspectos que le interesan...
–Me doy cuenta de que busco paradojas y detalles. Las guardo y luego voy rastreando la manera de expresarlas mejor. Siempre me imagino que es como rascar con una cuchara el fondo de todos los frascos de capacidades expresivas que uno tiene.
Firma d`autore está dividida en diez partes. Habrá lugar para obras inéditas, una zona dedicada a temas relacionados con la música, otra a las Postales y hasta una de regreso de personajes entrañables, como El Caramonchón. El hombre intenta desglosar tanta exuberancia: “La semana que viene van a publicarse historietas raras que salieron en revistas como Puertitas o Veintitrés. Son universos muy particulares que han ido desarrollándose en los últimos quince años y que van a ocupar dos capítulos”.
Luego será el turno de la música. Rep suele ir a recitales y, a juzgar por lo que cuenta, su aparente parsimonia nunca le impide terminar metido en bizarreces antológicas. Sus andanzas han ido a parar al fascículo “Intimidades del rock”, que contará asimismo con algunas realizaciones de la época en que el ilustrador integraba el staff del suplemento NO. “Ahí mi laburo era agarrar momentos míticos del rock y revisitarlos; o hacer ‘covers de tapas’, que eran recreaciones de tapas de discos que me parecían interesantes.” Es de destacar que, en el momento en que circularon inicialmente estos delirios, el cruce entre humor y rock era un terreno bastante inexplorado. Nadie sospechaba que –como demostraría mucho más tarde Peter Capusotto y sus videos– podía establecerse ahí una especie de nuevo y pujante subgénero.
Bueno, casi nadie: hacía rato que estaba ese trazo inesperado, a medias entre la angustia y la necesidad de seguir buscando. Un dinamismo que excedía lo estético, que fue capaz de hacer de su portador un tardío fan de Sandro y que cuando se volcaba sobre el oficio entraba en tensión con las soluciones conformistas. Uno de los productos más evidentes de ese impulso fueron las Postales, que inicialmente sorprendieron desde la Fierro de los ochenta. Son mininarraciones concentradas en una sola viñeta, en las que la poesía suele hacerse un lugarcito sin hacer alharaca. “Creo que desde el punto de vista formal, esa parte es la que va a quedar de mí una vez que se acabe esta pequeña vida que me ha tocado”, bromea (¿bromea?) Rep.
Ríe. Ese gesto bañado por cierta sombra quizá sea espejo de su carácter. Se abre camino de distintos modos en El Niño Azul y en El Culpo, y según él mismo ha interpretado, responde a un sentido de lo cómico donde el chiste funciona “no como evasión, sino en una dirección satírica, ácida”. Esa elección estaba clarísima en el recordado Caramonchón, un bicharraco tremendo cuya dieta consistía frecuentemente en políticos y poderosos. “Es una creación que yo quiero mucho, no tanto en la veta vengadora que lo hizo más conocido, sino porque en cierta etapa fue casi como una metáfora de mi familia.” Otras criaturas que aprovecharán para volver son las que integraban Joven argentino, una serie erótica que incorporó a fines de los ochenta la revista Sex Humor. “Trataba del romance entre La Turca –una chica súper peronista– y el Negro –que estaba descreído de todo–. El trasfondo no era porno: tenía que ver con el amor y todas sus complejidades. Es la historieta más clásica que dibujé.”
En medio de reflexiones sencillas Miguel intercala frases al estilo de “la música es jugo de tiempo”, o “¿Con qué soñará Bob Dylan esta noche?” El es consciente de eso. “Si hay algo que yo no puedo ofrecer es serenidad –se explica–. En esa inquietud que me persigue hay miel y pus. Soy así. Vivo mi personalidad como una caja de sorpresas.”
Cuentan que está buscando inéditos para agregar al compilado, aunque él confiesa que el presente lo inspira lo suficiente como para que ese tramo se pueble de obras nuevas. “La heterogeneidad de lo que se va a editar demuestra que aún no logro quedarme tranquilo”, reconoce. Tampoco se quedan quietas sus invenciones. Sobre ellas, Rep ha declarado: “Uno agarra la historieta y se la lleva a la plaza, al subibaja, después se le compra un cucurucho pequeño de dulce de leche y limón (...) Y si no se duerme la llevo bien agarradita de la mano a tomar una limonada, y luego a mirar las estrellas. Ya cansada, la ayudo a lavarse los dientes y a ponerse el pijama, la tapo bien, le cuento un cuentito hasta que se duerme y apago la luz. Así me enseñaron que hay que cuidar a un género menor”.

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